La promesa política como masturbación pública
La promesa política como masturbación pública Por el Niño Viejo
El título le parecerá chocante al lector. Lo es en efecto. Sin embargo, el problema es más de fondo, y las manipulaciones, mucho mas oscuras que el shock causado por un título obsceno.
En la época de la comunicación masiva, donde los productores de la palabra eyaculan sobre nosotros publicidad, información medida y desmedida, e ideología partidaria, parece haberse abandonado la importancia del hacer por la del decir. Las personas diariamente trabajan, actuan sobre la realidad: llenan formularios, pagan boletas, dan clases en escuelas, cuentan el dinero de personas que tienen suficiente dinero para no contarlo ellas mismas, etc. El hombre “medio” hace esto, en ello radica su esperanza y su placer. Ese bendito placer, que termina convirtiéndose en un placebo que le entregan las clases dirigentes.
Y sobre estas clases dirigentes, quería hablar. Parece haberse vuelto en ellas el uso de la palabra tan desmedido, tan excesivo, tan corrosivo, que se torna obsceno. No basta recordar las promesas del trasbordador espacial de Menem, el no pago de la deuda de Rodriguz Saa, o la pronosticada “condena al éxito de Duhalde”, para que de obsceno, pase a ser una cuestión vulgar, casi ofensiva, no para el hombre medio, que disfruta de sus pequeños pla(¿ceres o cebos?), sino para aquella masa amorfa, compacta, sin nombre, y de dudosa existencia que suele llamarse: el pueblo. El pueblo se indigna, pues, ellos eligieron sus autoridades, votaron a un candidato, y resulta que este no cumple sus promesas, el pueblo pretendía una satisfacción de una necesidad, y el político no la cumple.
Mas, seria ingenuo que no este en la voluntad del político no cumplirla: ¡Qué mas quisiera él!, es consciente de la necesidad casi obsesiva, neurótica del pueblo por satisfacer una necesidad creada por la misma campaña electoral. Pero, este frenesí sexual del pueblo no puede ser satisfecho. Si lo hiciese, estaría avivando el deseo mismo del pueblo, infinito, e indeterminable: el pueblo debe tener deseos sin satisfacer, sino ¿Qué sería el pueblo?. Entonces, el político, no deja olvidar al pueblo aquellos deseos, los lleva a su clímax, llevándose el mismo al clímax. El político, macho hábil, si los hay, dice, pero, no hace. Anuncia, pero no concreta. Hace toda la mímica e incitación del acto sexual masturbándose y regocijándose en el placer oral del decir, pues, si, ya lo dijo Freud, en la oralidad hay toda una fuente del placer que el político explota para sí al máximo. Sin embargo, ese para si del político, es una negación al placer del otro, es el avivamiento del deseo del pueblo, y en definitiva, del pueblo mismo. La masturbación pública de los políticos, al mejor estilo de los cínicos, no busca mas que enfervorizar a las masas, llamar al pueblo a levantarse, ¿para qué?. Por la misma razón que uno tiene que cambiar de Venus a Playboy, de Paparazzi a Pronto, de Caras a Gente. Los políticos logran que el gran público defina su objeto de deseo: el poder, el lugar político, como epitome de autosatisfacción constante, libertad obscena, pero, el pueblo, iluso, e ilusionado, cree que el político es egoísta, se auto satisface para si mismo. ¡De ninguna manera! El político, en el acto mismo de eyaculación que los medios tanto disfrutan exhibir, actuando de manera catalizadora, para esparcir aquel discurso viscoso y deformado, son para el pueblo. El político necesita el amor y el odio del pueblo, no puede vivir sin el, la indiferencia lo mata. Por lo tanto, basta de críticas, el político se encuentra en la niñez: etapa oral, y necesita del cuidado de la madre-pueblo, a pesar de que muerda la... teta que lo alimenta, el es así: pequeño, y masturbatorio, aunque muy cínico.
El título le parecerá chocante al lector. Lo es en efecto. Sin embargo, el problema es más de fondo, y las manipulaciones, mucho mas oscuras que el shock causado por un título obsceno.
En la época de la comunicación masiva, donde los productores de la palabra eyaculan sobre nosotros publicidad, información medida y desmedida, e ideología partidaria, parece haberse abandonado la importancia del hacer por la del decir. Las personas diariamente trabajan, actuan sobre la realidad: llenan formularios, pagan boletas, dan clases en escuelas, cuentan el dinero de personas que tienen suficiente dinero para no contarlo ellas mismas, etc. El hombre “medio” hace esto, en ello radica su esperanza y su placer. Ese bendito placer, que termina convirtiéndose en un placebo que le entregan las clases dirigentes.
Y sobre estas clases dirigentes, quería hablar. Parece haberse vuelto en ellas el uso de la palabra tan desmedido, tan excesivo, tan corrosivo, que se torna obsceno. No basta recordar las promesas del trasbordador espacial de Menem, el no pago de la deuda de Rodriguz Saa, o la pronosticada “condena al éxito de Duhalde”, para que de obsceno, pase a ser una cuestión vulgar, casi ofensiva, no para el hombre medio, que disfruta de sus pequeños pla(¿ceres o cebos?), sino para aquella masa amorfa, compacta, sin nombre, y de dudosa existencia que suele llamarse: el pueblo. El pueblo se indigna, pues, ellos eligieron sus autoridades, votaron a un candidato, y resulta que este no cumple sus promesas, el pueblo pretendía una satisfacción de una necesidad, y el político no la cumple.
Mas, seria ingenuo que no este en la voluntad del político no cumplirla: ¡Qué mas quisiera él!, es consciente de la necesidad casi obsesiva, neurótica del pueblo por satisfacer una necesidad creada por la misma campaña electoral. Pero, este frenesí sexual del pueblo no puede ser satisfecho. Si lo hiciese, estaría avivando el deseo mismo del pueblo, infinito, e indeterminable: el pueblo debe tener deseos sin satisfacer, sino ¿Qué sería el pueblo?. Entonces, el político, no deja olvidar al pueblo aquellos deseos, los lleva a su clímax, llevándose el mismo al clímax. El político, macho hábil, si los hay, dice, pero, no hace. Anuncia, pero no concreta. Hace toda la mímica e incitación del acto sexual masturbándose y regocijándose en el placer oral del decir, pues, si, ya lo dijo Freud, en la oralidad hay toda una fuente del placer que el político explota para sí al máximo. Sin embargo, ese para si del político, es una negación al placer del otro, es el avivamiento del deseo del pueblo, y en definitiva, del pueblo mismo. La masturbación pública de los políticos, al mejor estilo de los cínicos, no busca mas que enfervorizar a las masas, llamar al pueblo a levantarse, ¿para qué?. Por la misma razón que uno tiene que cambiar de Venus a Playboy, de Paparazzi a Pronto, de Caras a Gente. Los políticos logran que el gran público defina su objeto de deseo: el poder, el lugar político, como epitome de autosatisfacción constante, libertad obscena, pero, el pueblo, iluso, e ilusionado, cree que el político es egoísta, se auto satisface para si mismo. ¡De ninguna manera! El político, en el acto mismo de eyaculación que los medios tanto disfrutan exhibir, actuando de manera catalizadora, para esparcir aquel discurso viscoso y deformado, son para el pueblo. El político necesita el amor y el odio del pueblo, no puede vivir sin el, la indiferencia lo mata. Por lo tanto, basta de críticas, el político se encuentra en la niñez: etapa oral, y necesita del cuidado de la madre-pueblo, a pesar de que muerda la... teta que lo alimenta, el es así: pequeño, y masturbatorio, aunque muy cínico.
Etiquetas: Ensayo
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