Sobre Nietzsche
“No hay ninguna verdad, no hay ninguna estructura absoluta de las cosas, ninguna “cosa en sí”, esto es para Nietzsche el nihilismo más extremo, implica, según el autor alemán, reconocer que no hay ninguna realidad que sostenga el valor otorgado a las cosas, que no hay fundamento ni finalidad última. Pero, sería posible preguntarse, ¿Dónde se ubica Nietzsche para poder afirmar esto?, es decir, ¿Cuáles son los supuestos conceptuales que utiliza para decir que el valor de la cosa no es un valor real? El filosofo deja ver la respuesta cuando señala: “es necesario que algo tenga que ser considerado como verdadero; no que algo sea verdadero”, y es justamente aquí donde se presenta el contraste entre otorgarle a algo el valor de verdad y que algo sea verdadero.
Quienes han sostenido lo segundo asumen lo que el filósofo denomina como nihilismo decadente. Podría resultar sorprendente que quienes afirman que hay algo así como un fundamento ultimo de lo real estén aparejados con el término “nihilismo”, sin embargo, con esto Nietzsche puede realizar la operación de resaltar que quienes se ubican en que algo “es” verdadero se ubican en sistemas metafísicos que contienen de forma embrionaria o como semilla, la nihil, su propia destrucción. Lo que se relaciona con el carácter monoto-teista de estos sistemas, que significa que están atravesados por la inmutabilidad, jerárquica y piramidalmente a partir de un elemento que fundamenta y ordena el pensar y el obrar.
La lectura Nietzscheana del nihilismo decadente implica reconocer que, mas allá de los modos y estructura argumentativa de la metafísica, el valor de verdad de las cosas es algo dado y no algo que esté en su ser, o radique en el hecho de ser, en su realidad, sino que estos sistemas monótono-teístas no son más que interpretaciones, interpretaciones del ser, donde fuera de estas no se encuentra el objeto interpretado sino que – y esto es lo que parece querer afirmar Nietzsche cuando dice que no hay “cosa en si”- fuera de la interpretación no hay propiamente nada. El ser solo se da al interior de la interpretación, y estos sistemas monótono-teístas no son más que interpretaciones momificadas, que olvidaron su carácter de interpretación estatizándose, volviéndose inmutables.
Justamente, por este olvido, o ocultación del origen es que Nietzsche propone la genealogía, esto es, el desenmascarar los fundamentos que ordenan los sistemas metafísicos para demostrar sus orígenes múltiples y diversos, y develar la mascara estatizadora, su origen en el devenir, en la vida, como modos de conservación. De esta manera se devela el origen como invención y el carácter perspectivistico de todo sistema interpretativo.
Esta labor genealógica se ubica en lo que Nietzsche caracteriza como nihilismo integral. El nihilismo integral lleva el nihilismo decadente a sus extremos, extremos ficcionales, que al develarlos como ficción revelan el carácter ficcional de los sistemas metafísicos propios del nihilismo decadente. Puesto que la labor genealógica, realizada en la Genealogía de la Moral, revela el carácter de invención de los fundamentos que sostienen estos sistemas que realizan prescripciones al obrar. Y no es casual que el nihilismo integral apunte a la moral, lo hace en virtud de una profunda y estrecha relación entre metafísica y moral, pero no para solo criticar sus supuestos metafísicos, sino para destacar los efectos que estos sistemas tienen sobre la vida y a la vez, revelarlos como síntomas, síntomas de debilitamiento y enfermedad. En este sentido, Nietzsche puede señalar que existen interpretaciones que poseen un mayor grado de fuerza, interpretaciones que se ajustan más al devenir, a lo vital, más fuertes. Pareciera así que el filosofo propone un criterio “por fuera” de las interpretaciones para clasificarlas, pero, criterio que parece estar por fuera, no es más que una interpretación, y tiene mucho sentido que lo sea, ya que justamente, las interpretaciones no interpretan nada fuera de las interpretaciones mismas, y este criterio interpreta otras interpretaciones. Sobre este criterio en cuanto a la fuerza, Nietzsche señala: “ la medida de la fuerza es el grado en que podamos admitir la apariencialidad, la necesidad de la mentira, sin sucumbir”.
El nihilismo integral, completo, es decir como nihilismo extremo, llevado a su límite y a sus últimas consecuencias significa que no hay ninguna verdad real, nada que se sustraiga a las interpretaciones, sin embargo, y a la vez que señala esto, Nietzsche no puede dejar de reconocer la necesidad de algún elemento ordenador, alguna ficción útil, alguna verdad provisoria en torno de la cual ordenar los valores, establecer algún criterio entre las interpretaciones. De hecho, el filosofo alemán señala que las interpretaciones surgen de una determinada configuración de las fuerzas, y es teniendo en cuenta esto que puede decir que las verdades inmutables, reales, han tenido estimaciones de valor positiva por su utilidad para la vida en un determinado momento época, pero esto no es porque en ellas haya existido algún tipo de verdad, algún arraigo en el ser.
De esta manera, aparece un nuevo elemento al criterio para dirimir entre diferentes interpretaciones: la vida. La vida se encuentra íntimamente asociada al devenir para Nietzsche, y a la vez, a una multiplicidad de fuerzas que entran en conflicto y se relacionan en ella. Es el devenir, que tras una cierta configuración de las fuerzas, un cierto tipo de vida, forma y trae aparejado una cierta interpretación. De esta manera, se clarifica que toda interpretación implica ciertas condiciones de existencia, que las ficciones útiles en torno a las cuales se organiza esa existencia, no surge de alguna verdad revelada, exterior, sino de la vida, y de ciertas condiciones de vida. Es por esto, que se puede decir que el mayor grado de fuerzas, implica no solo interpretaciones más vitales, sino también, interpretaciones más cercas del devenir, mascaras más finas, más superficiales y por eso más profundas, que no olvidan que son mascaras. Estas son verdades provisorias, verdades más ligeras y más caducables. Por eso a su vez, es posible decir que las interpretaciones que se arroban eternidad, expresan condiciones de vida decadentes, débiles, que tan solo buscan la conservación de las fuerzas y de la vida. Por eso, y para terminar, permitiéndome un pequeño ex cursus puedo decir que Nietzsche parece estar señalando la necesidad de interpretaciones no solo ligeras, sino con algún tipo de fecha de vencimiento, para que luego, vuelvan a ser re-interpretadas.
2-
Nietzsche realiza una crítica al principio de no-contradicción aristotélico, esta crítica no va a cuestionar la corrección del principio o su existencia misma, sino que va a cuestionar las consecuencias que de él se derivan, y lo que es más, su interpretación. El principio de no-contradicción posibilita la diferenciación de lo real en sustancia y accidentes, asimismo se relaciona con la distinción entre sujeto y predicado al nivel de la gramática. En este sentido, el principio de no contradicción implica que a la sustancia no pueden atribuírsele predicados contrapuestos. Así, pareciera que el principio no solo dice algo que puede o no hacerse, sino que dice algo de lo real, de cómo son propiamente las cosas. Nietzsche entiende que este modo de ver el mundo es el propio de la metafísica y también entiende que hay una confusión al orden de las causas y consecuencias del mismo principio, en tanto que aun desde una perspectiva metafísica es la cosa, como lo es el átomo, el verdadero sustrato del principio, esta es la razón por la cual Nietzsche define al principio como una proposición empírico-subjetiva.
Sin embargo, Nietzsche sostiene que las consecuencias extraídas del principio son excesivas, marcar a las sustancias, los accidentes, como sustancias y accidentes reales, como si semejante distinción fuera efectivamente real, es ir más allá de lo que el principio prescribe, significa transformar a dicho principio en uno de los fundamentos de una cierta metafísica. Es por esto que el filósofo alemán señala que el principio no implica que no pueda haber predicados contrapuestos a una sustancia, sino que lo que el principio quiere decir, según su interpretación, es que no debe haberlos. Lo que busca es resaltar el “debe” porque el principio prescribe, pero lo hace al modo de un imperativo de lo que debe o no hacerse. ¿Un imperativo de que o para qué? El principio es un imperativo para la construcción de una cierta metafísica, de un mundo verdadero.
Este imperativo debe ser un imperativo sobre algo previo, debe darle su “deber” a algo, es por esto que señala que el imperativo actúa sobre lo que él llama “los actos de pensamiento más originarios, el afirmar y el negar, el tener por-verdadero, el tener-por-no-verdadero”. Sin embargo, el imperativo no se reconoce como tal, no es así, sino que al considerarse real, se hunde en lo que Nietzsche llama “el grosero prejuicio sensualista” que implica que las sensaciones nos otorgan verdades acerca de las cosas.
Lo que debería ser un imperativo, algo que debería suceder para que cierto “mundo verdadero” se dé, se convierte en lo real mismo, y el “tener por verdadero” originario se convierte en un derecho, derecho que significa que tiene que haber conocimiento, que tiene que haber una verdad, un mundo verdadero. De esta forma, Nietzsche indicará que la lógica solo tiene validez en cuanto se refiere a verdades ficticias creadas, pues no es más que un intento de hacer formulable, inteligible el mundo.
Esta logicización del mundo que ocurre por aquel prejuicio sensualista, tiene que ver, según Nietzsche y en su propia interpretación, con una voluntad de verdad, que es para el filósofo la voluntad de poder, exclusivizada en su aspecto de dominio, como voluntad de dominio. La exigencia de verdad a la voluntad de poder, el considerar a la verdad como un derecho frente al tener-por-verdadero transforma al mundo, oculta lo múltiple, lo deviniente, lo que es inaprehensible de lo real para la lógica. Esta, como imperativo puede reconocerse como necesaria, pero, bajo el auspicio de esta voluntad de verdad revela una necesidad, necesidad de conservación vital, necesidad de asegurarse un fundamento ultimo, de negar lo deviniente, y por ello, de lo propiamente vital.
Sera entonces según Nietzsche, la labor del espíritu libre enfrentar la labor crítica de demostrar el “olvido” detrás de este fundamento lógico como olvido de los orígenes de un tener-por-verdadero originario, un afirmar o negar propios de un pensamiento originario.
Quienes han sostenido lo segundo asumen lo que el filósofo denomina como nihilismo decadente. Podría resultar sorprendente que quienes afirman que hay algo así como un fundamento ultimo de lo real estén aparejados con el término “nihilismo”, sin embargo, con esto Nietzsche puede realizar la operación de resaltar que quienes se ubican en que algo “es” verdadero se ubican en sistemas metafísicos que contienen de forma embrionaria o como semilla, la nihil, su propia destrucción. Lo que se relaciona con el carácter monoto-teista de estos sistemas, que significa que están atravesados por la inmutabilidad, jerárquica y piramidalmente a partir de un elemento que fundamenta y ordena el pensar y el obrar.
La lectura Nietzscheana del nihilismo decadente implica reconocer que, mas allá de los modos y estructura argumentativa de la metafísica, el valor de verdad de las cosas es algo dado y no algo que esté en su ser, o radique en el hecho de ser, en su realidad, sino que estos sistemas monótono-teístas no son más que interpretaciones, interpretaciones del ser, donde fuera de estas no se encuentra el objeto interpretado sino que – y esto es lo que parece querer afirmar Nietzsche cuando dice que no hay “cosa en si”- fuera de la interpretación no hay propiamente nada. El ser solo se da al interior de la interpretación, y estos sistemas monótono-teístas no son más que interpretaciones momificadas, que olvidaron su carácter de interpretación estatizándose, volviéndose inmutables.
Justamente, por este olvido, o ocultación del origen es que Nietzsche propone la genealogía, esto es, el desenmascarar los fundamentos que ordenan los sistemas metafísicos para demostrar sus orígenes múltiples y diversos, y develar la mascara estatizadora, su origen en el devenir, en la vida, como modos de conservación. De esta manera se devela el origen como invención y el carácter perspectivistico de todo sistema interpretativo.
Esta labor genealógica se ubica en lo que Nietzsche caracteriza como nihilismo integral. El nihilismo integral lleva el nihilismo decadente a sus extremos, extremos ficcionales, que al develarlos como ficción revelan el carácter ficcional de los sistemas metafísicos propios del nihilismo decadente. Puesto que la labor genealógica, realizada en la Genealogía de la Moral, revela el carácter de invención de los fundamentos que sostienen estos sistemas que realizan prescripciones al obrar. Y no es casual que el nihilismo integral apunte a la moral, lo hace en virtud de una profunda y estrecha relación entre metafísica y moral, pero no para solo criticar sus supuestos metafísicos, sino para destacar los efectos que estos sistemas tienen sobre la vida y a la vez, revelarlos como síntomas, síntomas de debilitamiento y enfermedad. En este sentido, Nietzsche puede señalar que existen interpretaciones que poseen un mayor grado de fuerza, interpretaciones que se ajustan más al devenir, a lo vital, más fuertes. Pareciera así que el filosofo propone un criterio “por fuera” de las interpretaciones para clasificarlas, pero, criterio que parece estar por fuera, no es más que una interpretación, y tiene mucho sentido que lo sea, ya que justamente, las interpretaciones no interpretan nada fuera de las interpretaciones mismas, y este criterio interpreta otras interpretaciones. Sobre este criterio en cuanto a la fuerza, Nietzsche señala: “ la medida de la fuerza es el grado en que podamos admitir la apariencialidad, la necesidad de la mentira, sin sucumbir”.
El nihilismo integral, completo, es decir como nihilismo extremo, llevado a su límite y a sus últimas consecuencias significa que no hay ninguna verdad real, nada que se sustraiga a las interpretaciones, sin embargo, y a la vez que señala esto, Nietzsche no puede dejar de reconocer la necesidad de algún elemento ordenador, alguna ficción útil, alguna verdad provisoria en torno de la cual ordenar los valores, establecer algún criterio entre las interpretaciones. De hecho, el filosofo alemán señala que las interpretaciones surgen de una determinada configuración de las fuerzas, y es teniendo en cuenta esto que puede decir que las verdades inmutables, reales, han tenido estimaciones de valor positiva por su utilidad para la vida en un determinado momento época, pero esto no es porque en ellas haya existido algún tipo de verdad, algún arraigo en el ser.
De esta manera, aparece un nuevo elemento al criterio para dirimir entre diferentes interpretaciones: la vida. La vida se encuentra íntimamente asociada al devenir para Nietzsche, y a la vez, a una multiplicidad de fuerzas que entran en conflicto y se relacionan en ella. Es el devenir, que tras una cierta configuración de las fuerzas, un cierto tipo de vida, forma y trae aparejado una cierta interpretación. De esta manera, se clarifica que toda interpretación implica ciertas condiciones de existencia, que las ficciones útiles en torno a las cuales se organiza esa existencia, no surge de alguna verdad revelada, exterior, sino de la vida, y de ciertas condiciones de vida. Es por esto, que se puede decir que el mayor grado de fuerzas, implica no solo interpretaciones más vitales, sino también, interpretaciones más cercas del devenir, mascaras más finas, más superficiales y por eso más profundas, que no olvidan que son mascaras. Estas son verdades provisorias, verdades más ligeras y más caducables. Por eso a su vez, es posible decir que las interpretaciones que se arroban eternidad, expresan condiciones de vida decadentes, débiles, que tan solo buscan la conservación de las fuerzas y de la vida. Por eso, y para terminar, permitiéndome un pequeño ex cursus puedo decir que Nietzsche parece estar señalando la necesidad de interpretaciones no solo ligeras, sino con algún tipo de fecha de vencimiento, para que luego, vuelvan a ser re-interpretadas.
2-
Nietzsche realiza una crítica al principio de no-contradicción aristotélico, esta crítica no va a cuestionar la corrección del principio o su existencia misma, sino que va a cuestionar las consecuencias que de él se derivan, y lo que es más, su interpretación. El principio de no-contradicción posibilita la diferenciación de lo real en sustancia y accidentes, asimismo se relaciona con la distinción entre sujeto y predicado al nivel de la gramática. En este sentido, el principio de no contradicción implica que a la sustancia no pueden atribuírsele predicados contrapuestos. Así, pareciera que el principio no solo dice algo que puede o no hacerse, sino que dice algo de lo real, de cómo son propiamente las cosas. Nietzsche entiende que este modo de ver el mundo es el propio de la metafísica y también entiende que hay una confusión al orden de las causas y consecuencias del mismo principio, en tanto que aun desde una perspectiva metafísica es la cosa, como lo es el átomo, el verdadero sustrato del principio, esta es la razón por la cual Nietzsche define al principio como una proposición empírico-subjetiva.
Sin embargo, Nietzsche sostiene que las consecuencias extraídas del principio son excesivas, marcar a las sustancias, los accidentes, como sustancias y accidentes reales, como si semejante distinción fuera efectivamente real, es ir más allá de lo que el principio prescribe, significa transformar a dicho principio en uno de los fundamentos de una cierta metafísica. Es por esto que el filósofo alemán señala que el principio no implica que no pueda haber predicados contrapuestos a una sustancia, sino que lo que el principio quiere decir, según su interpretación, es que no debe haberlos. Lo que busca es resaltar el “debe” porque el principio prescribe, pero lo hace al modo de un imperativo de lo que debe o no hacerse. ¿Un imperativo de que o para qué? El principio es un imperativo para la construcción de una cierta metafísica, de un mundo verdadero.
Este imperativo debe ser un imperativo sobre algo previo, debe darle su “deber” a algo, es por esto que señala que el imperativo actúa sobre lo que él llama “los actos de pensamiento más originarios, el afirmar y el negar, el tener por-verdadero, el tener-por-no-verdadero”. Sin embargo, el imperativo no se reconoce como tal, no es así, sino que al considerarse real, se hunde en lo que Nietzsche llama “el grosero prejuicio sensualista” que implica que las sensaciones nos otorgan verdades acerca de las cosas.
Lo que debería ser un imperativo, algo que debería suceder para que cierto “mundo verdadero” se dé, se convierte en lo real mismo, y el “tener por verdadero” originario se convierte en un derecho, derecho que significa que tiene que haber conocimiento, que tiene que haber una verdad, un mundo verdadero. De esta forma, Nietzsche indicará que la lógica solo tiene validez en cuanto se refiere a verdades ficticias creadas, pues no es más que un intento de hacer formulable, inteligible el mundo.
Esta logicización del mundo que ocurre por aquel prejuicio sensualista, tiene que ver, según Nietzsche y en su propia interpretación, con una voluntad de verdad, que es para el filósofo la voluntad de poder, exclusivizada en su aspecto de dominio, como voluntad de dominio. La exigencia de verdad a la voluntad de poder, el considerar a la verdad como un derecho frente al tener-por-verdadero transforma al mundo, oculta lo múltiple, lo deviniente, lo que es inaprehensible de lo real para la lógica. Esta, como imperativo puede reconocerse como necesaria, pero, bajo el auspicio de esta voluntad de verdad revela una necesidad, necesidad de conservación vital, necesidad de asegurarse un fundamento ultimo, de negar lo deviniente, y por ello, de lo propiamente vital.
Sera entonces según Nietzsche, la labor del espíritu libre enfrentar la labor crítica de demostrar el “olvido” detrás de este fundamento lógico como olvido de los orígenes de un tener-por-verdadero originario, un afirmar o negar propios de un pensamiento originario.
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